domingo, 24 de abril de 2016

EL CENTRO MUNICIPAL INTEGRADO DEL LLANO CONTINÚA LA PROGRAMACIÓN DEL PRIMER SEMESTRE DE 2016 DE SU FORO DE FILOSOFÍA POPULAR (26 DE ABRIL) CON UNA REFLEXIÓN SOBRE LA FILOSOFÍA ANTE LA SALUD AMENAZADA AQUÍ Y AHORA (ENTRE LOS RECORTES, EL PODER DE LOS MERCADOS Y LA LONGEVIDAD)

El Centro Municipal Integrado de El Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón) desarrollará el Martes, 26 de Abril del 2016, a las 19’30 horas,  la sesión mensual del Foro Filosófico Popular “Pensando aquí y ahora” para continuar su programación del Primer Semestre de 2016 abordando el tema «La Filosofía ante la salud amenazada aquí y ahora: Entre los recortes, el poder de los mercados y la longevidad»... La sesión se plantea como reflexión general y concreta que, partiendo del sentido (o la falta de él), en este tiempo mediático y simbólico donde lo aparente oculta y silencia lo esencial, del propio concepto  de Salud como “el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de infecciones o enfermedades”, según la definición que la Organización Mundial de la Salud asentó en su propia constitución en Génova (1946), para revisarlo sistémicamente en 2007 como “el estado de adaptación de un individuo al medio en donde se encuentra”... ¿Es posible la realización de cualquiera de las dos acepciones en el mundo, aquí y ahora?. El elevado tono de malestar ciudadano, la desigualdad insoportable (que podría querer recoger –y hasta legitimar- la segunda acepción), o la creciente vinculación de los sistemas sanitarios a los mercados (aplicando progresivamente un principio que podríamos sintetizar como “privatización de la salud y socialización del dolor”) parecen indicar que no.

 En efecto, mientras en el llamado Sur, el mundo económicamente subdesarrollado y desarrollante, las infecciones, pestes y epidemias se extiende bajo la forma de “enfermedades de la pobreza” que, erradicadas frecuentemente en el mundo rico, no reciben la atención investigadora ni la respuesta farmacológica que su elevadísima  incidencia requerirían y merecerían; en el llamado Norte, el mundo económicamente desarrollado y subdesarrollante,  la sociedad de consumo sitúa a cada persona ante una suerte (o desgracia) de neurosis experimental generalizada (creación permanente de necesidades artificiales que nunca pueden ser completamente satisfechas) de la que se derivan cuadros psicofisiológiccos más o menos leves (desde la depresión al estrés, pasando por distintas manifestaciones de la ansiedad) con frecuentes somatizaciones que  absorben buena parte de la investigación biomédica y la respuesta farmacológica… Mientras más de 900 millones de personas en el mundo padecen desnutrición y ven limitada su esperanza de vida directamente por la amenaza del hambre, se extiende a nuestro alrededor la anorexia o la bulimia derivadas de una interesadamente pésima gestión social de la propia imagen. Mientras la tuberculosis o la malaria siguen haciendo estragos en el mundo pobre, los laboratorios son capaces de acelerar la investigación y producción de vacunas y fármacos para nuevas gripes que, por innecesarios, acabarán siendo destruidos... Mientras millones de personas mueren irreversiblemente por el VIH en África, los laboratorios europeos y americanos les niegan sus retrovirales y siguen investigando para perfeccionarlos y avanzar hacia vacunas eficientes que lleguen a las poblaciones del mundo rico... El problema de la extensión universal de la salud es, pues, básicamente un problema ético-político y filosófico: primero, de justicia distributiva y, luego, de reubicación del ser humano en el mundo. No se trata tanto de incorporar usos de la Filosofía bajo el modelo médico, al estilo de la corriente de la literatura de autoayuda iniciada, con gran éxito editorial, por el Más Platón y menos Prozac (1999) de Lou Marinoff, como de recuperar la función de la Filosofía como forma de vida y crítica de la realidad también en el ámbito de la salud. Es decir, de apostar por un orden mundial basado en la justicia y la equidad (también en temas de salud pública) y por una crítica del consumismo que nos permita superar la insatisfacción general derivada de la materialización de nuestras necesidades (se nos impone un imaginario según el cual no necesitamos seguridad o libertad, sino más policías en la calle y sistemas de protección en las casas; más cadenas de televisión y grandes superficies comerciales no el fortalecimiento de nuestras redes de relaciones personales en el micro y mesocontexto; más medicamentos para prevenir enfermedades potenciales y no una potenciación de la autonomía en la gestión de los propios hábitos vitales...) para su consiguiente respuesta, necesariamente incompleta, por un mercado (también sanitario, farmacológico, etc.) presto a extenderlas hasta el infinito.
¿Cómo avanzar, aquí y ahora, en medio de la sociedad del espectáculo, en esa tarea despatologizadora?.... Esa es la cuestión.
Porque, en definitiva, las nuevas tendencias en las políticas de salud que, con argumentos como el de la mejora de la calidad de vida (como adorno de razones meramente económicas: el gasto que al sistema nacional de salud provocan determinadas costumbres y hábitos sociales o individuales que pasan a calificarse de “comportamientos de riesgo”), están construyendo representaciones sociales demonizadoras de determinados colectivos (personas fumadoras, demasiado gordas, demasiado delgadas, aficiaonadas a la ingesta de alcohol o de determinadas drogas ilegales, personas demasiado viajeras a países exóticos o demasiado aficionadas al contacto con inmigrantes procedentes de esos territorios,…) como discurso legitimador de políticas públicas de recorte y “ajuste estructural” que, en realidad, refuerzan la transferencia neta de dinero desde el sector público al privado, a la vez que salpica interrogantes sobre el nuevo sentido normalizador de concepto de salud, alejándolo ya de la definición originaria (“estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo a ausencia de enfermedad o dolencia”) de la Organización Mundial de la Salud, al dar prioridad, sobre la evidente carga subjetiva e intersubjetiva que el “completo binestar” supone, a una suerte de arquetipo ideal (la benéfica persona que minimiza los gastos del sistema nacional de salud porque evita todo hábito nocivo o peligroso: no fuma, no bebe alcohol ni se droga, no come demasiado ni demasiado poco y controla la ingesta equilibrada de los distintos tipos de alimentos, hace ejercicio físico con prudencia, mantiene relaciones sexuales seguras, etc., para todo lo cual habrá de acudir a “ayudas” y estímulos en el libre mercado de los complementos alimentarios o potenciadores y de la autoayuda). Quienes se salgan (nos salgamos) de esos comportamientos “normalizados como sensatos y saludables” se constituirán en potenciales “unidades de gasto no productivo”, por lo que comenzarán a ser considerados, al igual que las personas longevas, como “una carga insoportable para la sociedad” y “una rémora para su desarrollo” (recordemos que así lo señalaban, sin ambages, las advertencias del Fondo Monetario Internacional en el Capítulo 4 de su Informe sobre la estabilidad financiera mundial 2012 al señalar como “la prolongación de la esperanza de vida acarrea costos financieros” para toda la economía: a través de los planes de jubilación y la Seguridad Social para los gobiernos, a través de los planes de prestaciones definidas para las empresas, a través de la venta de rentas vitalicias para las compañías de seguros, a través de obstáculos para el acceso a prestaciones garantizadas para la ciudadanía... Calculaba, de hecho, el neoliberal organismo que, si la esperanza de vida aumentase de aquí a 2050 tres años más de lo previsto, los costes del envejecimiento poblacional, “que ya son enormes”, se incrementarían en un 50% -“son docenas de billones de dólares”-. Así que el FMI recomendaba a los países que “neutralicen financieramente los peligros de vivir más años de lo esperado” para lo que “es necesario combinar aumentos de la edad de jubilación (bien por imposición del gobierno o de forma voluntaria) y de las contribuciones a los planes de pensiones con recortes de las prestaciones futuras”, porque “si no es posible incrementar las contribuciones o subir la edad de retiro, posiblemente haya que recortar las prestaciones”. Así que el primer paso urgente para ejecutar ese plan de acción debería ser “que los gobiernos reconozcan que se encuentran expuestos al riesgo de longevidad, y, a partir de ahí, se muestren prestos a “adoptar métodos para compartir mejor el riesgo con los organizadores de planes de pensiones del sector privado y los particulares”, y, por ende, “recurrir a los mercados de capital para transferir el riesgo de longevidad de los planes de pensiones a quienes tienen más capacidad para gestionarlo”)… Acabáramos, lo que molesta de “las personas de edad” y otros “colectivos de riesgo sanitario” es, en realidad, que, desde el punto de vista económico, son unidades de gasto que están vitalmente inmersas en una transferencia neta y creciente de los consumos en el sistema privado a los del sistema público... Así que se hace efectiva la amenaza de recortes (en los presupuestos públicos para salud y en las prestaciones) para que nos vayamos dando cuenta de que “los ajustes sanitarios en materia sanitaria matan” (y, de paso, van paliando en parte el “riesgo de longevidad”).
Pero hay más, claro, porque, la inmensa mayoría de la humanidad (el dichoso Sur y el llamado cuarto mundo, ese creciente “Sur en el Norte”) queda, incluso, más allá de esas recomendaciones… En suma, cualquier ser humano, en función del lugar del planeta donde nazca, puede estar seguro de encontrarse ajeno a enfermedades como el paludismo o la tuberculosis (o, en el peor de los casos, si por su afán aventurero las llegase a contraer, sabe que podrá disponer de drogas eficaces contra ellas); o, por el contrario, podemos anticipar su casi irremediable condena a padecer alguna de esas “enfermedades de la pobreza” y, en todo caso, a una vida breve y pródiga en penurias. ¿Cómo podemos mantener siquiera el significado del concepto de “derecho universal a la salud” en esta situación?... ¿Cómo podemos (cómo pueden las instituciones internacionales, los países poderosos, etc.) aceptar la inercia de esta “condena sin causa” que pesa sobre los más a costa de la “ufana longevidad” de los menos?... ¿Cómo puede tolerarse que los intereses económicos de las multinacionales farmacéuticas y de las corporaciones sanitarias apuesten en serio por la investigación sólo con respecto a aquellas enfermedades que también se extienden al “mundo rico”, creando medicamentos incluso para prevenirlas, preteriendo los esfuerzos frente a las enfermedades erradicadas de los contextos socioeconómicos desarrollados?... ¿Cómo pueden tantos supuestos “líderes espirituales” invocar principios supramundanos para sostener la ausencia (o incluso la negativa a la implantación)  de medidas profilácticas elementales de salud pública?... En cualquier caso, tales interrogantes no pueden derivar simplemente en una forma de lánguida queja; sino proyectarse en el análisis crítico de los grandes discursos del “pragmatismo bienintencionado”, especialmente los ocho Objetivos del Milenio auspiciados por Naciones Unidas, y la evolución de las políticas y prácticas derivadas, para tratar de pergeñar las líneas de fuerza (ideas, políticas, acciones colectivas y comportamientos individuales) más coherentes con la mera posibilidad de articulación de una verdadera ciudadanía planetaria. Con más universalización de la salud (y otros derechos inherentes a la propia condición humana) y menos globalización económica (basada en una dinámica de dominio y desigualdad crecientes).
Todo ello será introducido, en sus aspectos conceptuales y problemáticos básicos, por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro y se contará, en esta ocasión, para su desarrollo con la presencia, como ponente invitado, de Guillermo RENDUELES OLMEDO,  Doctor en Medicina (Universidad de Sevilla, 1980) y Psiquiatra que fuera uno de los adalides del movimiento antipsiquiátrico en España, fue profesor asociado de Psicodiagnóstico en la Universidad de Oviedo (1980-1989) y profesor tutor de Psicopatología en el Centro Asociado de Gijón de la UNED (desde 1989), Premio de la Real Academia Española de Medicina 1982 y de la Asociación Española de Neuropsiquiatría 1983, es autor de un buen número de libros especializados (El manuscrito encontrado en Ciempozuelos: Análisis de la historia clínica de Aurora Rodríguez, 1989; Las esquizofrenias, 1990; Las psicosis afectivas, 1991; Las neurosis, 1991; o La locura compartida, 1993), ensayos en los que utiliza de forma tan sugerente como rigurosa su experiencia profesional para la crítica sociopolítica (Egolatría, 2005), aportaciones a libros colectivos (desde La cronicidad, 1988, o Epistemología y práctica psiquiátrica, 1990, a Retales de la reconversión, 2004, o Pensar y resistir, 2006), y numerosísimos artículos que, en los dos ámbitos de sus preocupaciones, aparecen tanto en revistas especializadas, como en diarios generalistas (La Nueva España) y en publicaciones de la izquierda alternativa (Rebelión, Diagonal, Atlántica XXII,...).

Como siempre, se facilitará a las personas participantes un dossier, elaborado por el propio coordinador del Foro, con documentación sobre el tema abordado, incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones bibliográficas y cinematográficas, artículos e informaciones de interés, chistes, etc..  Tras las intervenciones (e, incluso, durante las mismas) habrá un debate general entre todas las personas presentes (recordamos que, en relación con este Foro se ha proyectado ya, el miércoles, 20 de Abril, en el Cine-Forum “Imágenes para pensar”, la película Hipócrates, 2014, de Thomas LILTI. La sesión, celebrada en relación con el Día Mundial de la Salud (7 de Abril),  tendrá lugar en el Aula 3 (Segunda Planta), con asistencia libre.