lunes, 27 de enero de 2014

Pensamiento del Día, 27-1-2014



«¿Cómo se consiguió aquí que los dirigentes de partidos de izquierda, con cientos o miles de militantes, asesinados, torturados, encarcelados durante largos años… guardaran sobre estos hechos un silencio que aún hoy repugna o buscaran excusas que hoy no se atreverían a repetir, pero que entonces nos arrojaron encima a quienes rechazamos esa rendición sin combate?. Pues lo consiguieron llenándoles la boca de mierda.

Porque la Transición, además de con otras muchas piezas, se hizo con mierda. Un país que ha sufrido cuarenta años de dictadura necesita, en primer lugar, una buena limpieza, un baldeo colectivo enérgico y entusiasta, para eliminar toda la basura acumulada, desde el último pueblo a los bancos, palacios, fortunas… amasadas bajo el manto protector de la dictadura. Pero también la sumisión más o menos forzada de millones de “gente corriente”, colaboradores pasivos, burócratas cumplidores… que necesitaban ajustar cuentas con su propia historia, para reemprender el camino dignamente. Esta era la tarea de la ruptura democrática: construir un nuevo país. Lo que hizo la Transición –toda la Transición, incluyendo la Constitución, la ley de Amnistía…– fue blanquear, reformar, edificar… sobre los cimientos morales de un país de mierda
 (Miguel ROMERO BAEZA, el Moro; Melilla, 1945 – Madrid, 26 de enero de 2014. “Un chorro de agua limpia” en Viento Sur -edición digital-, Tribuna, 26-9-2013 -http://vientosur.info/spip.php?article8334-.)
Compartí con Miguel Romero viejas simpatías trotskistas (junto a la denuncia de la opresión estaliniana) y más tarde, mucho más tarde, algunos de los tiempos más fecundos y estimulantes de mi vida mientras buscábamos, en ACSUR-Las Segovias, las claves de una cooperación internacional crítica capaz de revertir situaciones de desigualdad y pobreza sin caer en fáciles tentaciones paternalistas ni arrasar los movimientos populares sobre el terreno... Compartí también, claro, largas conversaciones sobre lo divino y lo humano, algunos entrañables sones de jazz, muchas opiniones sobre películas (nunca una proyección, lamentablemente, pese a nuestra común y confesa cinefilia)  y hasta esa devoción (tan extraña entonces, y más es un madrileño adoptivo que nunca fue capaz de sentirse como tal) por el buen gusto futbolístico del Barça.

Aprendí mucho con el Moro, capaz de concitar en cualquier momento la clarividencia de Ernest Mandel, Francisco Louça o Daniel Bensaïd, mientras yo trataba de ponerlos en diálogo con Cornelius Castoriadis... Aprendí de él como se aprende de esos seres humanos maravillosos de la literatura (ese Cipriano Algor de La caverna, 2000, de José Saramago, o ese Lambros Zisis de Liquidación final, 2011, de Petros Márkaris) y el cine (ese Don Gregorio de La lengua de las mariposas, 1999, de José Luís Cuerda, o ese Michel de Las nieves del Kilimanjaro, 2011, de Robert Guédiguian) que, más allá de su voluntad de magisterio, desentrañan la vida (buena) frente a nuestros ojos atónitos.

Y es que, por encima de todo (hasta de militancias y compromisos), el Moro que yo conocí era todo un maestro en el arte de la vida buena, tan ajena y contraria al regodeo en la buena vida.  Porque, austero y honesto hasta la extenuación, siempre se mostraba, sin embargo, dispuesto a disfrutar con calma apasionada de los placeres sencillos que la vida nos ofrece en cada instante en cualquier esquina... Y capaz de ver el mundo con los ojos complejos que exige la complejidad de su propia dinámica.

No es extraño que un ser así, que además hablaba con la claridad certera que le permitía la serena firmeza de su voz y su actitud, denunciara sin ambages la trapisonda vergonzante de la tan cacareada Transición española.

Porque esa gran impostura, ese burlesco embrujo que tornó en apariencias democráticas los viejos fantasmas del franquismo, mientras humillaba en el olvido a quienes siempre habían perdido, fue repugnante para cualquier persona honesta y cabal.

Y de aquella mierda viene la cloaca de un presente en el que hasta los más elementales derechos se van por el sumidero moral de tantas sumisiones más o menos forzadas.

Así que toca seguir denunciándolo... En memoria del Moro que, tras vivir la decadencia biológica de su enfermedad manteniendo la lucha en las plazas del 15M o en las ilusiones de la Izquierda Anticapitalista, ya no podrá hacerlo.

Nos toca hacerlo a nosotros y no será fácil seguir su ejemplo.
Nacho Fernández del Castro, 27 de Enero de 2013

viernes, 10 de enero de 2014

Pensamiento del Día, 10-1-2014



«—¿Cree que es útil, hoy, la frase de Vázquez Montalbán en su “Poética” –que precede a sus poemas en Nueve novísimos- “la poesía, tal como está organizada la cultura, no sirve para nada”?.
—La frase de Manolo Vázquez Montalbán estaba inscrita en un momento más ideológico. Hasta cierto punto era normal en plena historia del franquismo. La poesía servía de arma de lucha contra el régimen. Y, aunque siempre ha sido minoritaria, ha sido muy importante en la historia cultural de la Humanidad por su invitación a la revelación del mundo. Y está hecha sobre bases de ideas distintas. Pero entonces empezaba a haber una diferencia de mentalidad. Se estaba pasando de aquella idea que tenían algunos poetas de mi generación de una poesía de comunicación de ideas capaces de influir en la sociedad a otra idea de una poesía válida por ella misma y por el poder de la palabra, una poesía de signos a la cual había que añadir el poder de la imagen. El cine tenía mucha influencia, también el cómic. Era la cultura camp, presente, por otra parte, en toda Europa. Entonces, algunos vieron que yo me había desmarcado de algo que había preconizado, como un traidor a la causa del realismo social.»
 (Josep Maria CASTELLET DÍAZ DE COSSÍO; Barcelona, 15 de diciembre de 1926 - 9 de enero de 2014; Premio Nacional de Literatura Catalana 1989, Medalla de Oro de Bellas Artes 1992, Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya 2003, Premio Nacional de las Letras Españolas 2010. “José María Castellet: Algunos no me perdonaron Nueve novísimos”, entrevista realizada por Ángela Molina para ABC Cultural, 24-2-2001.)
Castellet removíó los cimientos de la poesía española hace ya casi medio siglo (Nueve novísimos poetas españoles, 1970) señalando el final del realismo social pretendidamente transformador, ante el vendaval de signos e imágenes que, en abigarrada amalgama entre el culturalismo y la contracultura pop un tanto hermética a veces, apostaba por la sugerencia desde una voluntad de autonomía del mundo, sin renunciar a ser revelación plural y abierta del mundo, a ser ella misma mundo.
Resulta curioso ver ahora el gran valor de tan polémico señalamiento... No sólo tras comprobar la grandeza literaria de aquellas nueve insignes plumas, sino y sobre todo tras percibir en perspectiva la magnificencia y vigor polimórficos de figuras tan proteicas culturalmente (Vicente Molina Foix, Ana María Moix, Félix de Azúa o, muy especialmente, Manuel Vázquez Montalbán) que su permanencia en el cultivo de una poesía más que notable acabaría relegada por el copioso caudal de sus otros frutos literarios.
Honor, pues, a Castellet que, pleno de seny en su firme y continuada voluntad crítica de factótum cultural, nos dejó tantas pruebas de perspicacia... Sin él hemos perdido una parte de la capacidad colectiva para no comportarnos como necios ante una cultura convertida en mero espectáculo de la insignificancia.  
Nacho Fernández del Castro, 10 de Enero de 2014